martes, 25 de junio de 2013

EL ORDENADOR QUE MEDIA ENTRE JOHN CHEEVER Y JOHN KEATS (Fragmento de otra cosa)


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En este sentido, John Cheever quizá sea el escritor menos deleuziano de la tradición americana. Sin embargo, como pocos, tuvo la capacidad de dar forma a una serie de personajes que podrían leerse como intensidades narrativas fuera de lo común. En realidad, estaríamos ante personajes que viven de la necesidad de otorgarse a sí mismos una narración que los ampare, lo que implica que ante estos “sujetos” siempre se tenga la sensación de que están construyendo su historia al mismo tiempo en el que ésta transcurre. Como una mancha de aceite la narración se extiende alrededor (y desde) los personajes. Los personajes de Cheever suelen buscar, pero lo que les interesa en realidad no es hallar —consecución de un fin—, sino la permanencia en la búsqueda —el estado productivo de la búsqueda—. Por ello, los personajes de Cheever son conscientes incluso de ser demasiado “animales de superficie”. Se suele hablar de la profundidad de sus personajes, y sin embargo Cheever concibe, de un modo inigualable, sujetos que aman la superficie y que como tal aman darse en el lenguaje superficial. Escribe, por ejemplo: “Jugaron al bridge hasta las diez y entonces Melissa bostezó afectadamente y dijo que tenía sueño. Moses también se disculpó y se sintió desalentado al ver con qué menudos pasitos ella le predecía por el vestíbulo”. Los lectores de Cheever saben que su literatura se compone de esos menudos pasitos y que somos nosotros los que le vamos detrás de él. No sólo eso, esos mismos lectores de Cheever saben que esas minucias, esos intersticios que fracturan el posible clímax, conforman o sustentan el desarrollo posterior del relato. Cheever desde la superficie de los gestos y de las palabras nos desplaza sin darnos cuenta. Son los pequeños gestos los que entablan el diálogo con el lector en Cheever, aunque ese mismo lector no se percate de este proceso.
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Pero fijémonos en un caso: Coverly. Coverly es uno de los personajes centrales de La crónica de los Wapshot, publicada en 1957 y que supuso el debut novelístico de su autor. Coverly es hijo de Leander Wapshot, un hijo, como todos los personajes-hijo que comienza una búsqueda dentro y fuera del sistema familiar de los Wapshot. La familia Wapshot, protagonista de esta novela, vive en un pequeño pueblo pesquero llamado St. Botolphs. Cheever nos va introduciendo en la vida y disputas de esta familia. Y lo hace progresivamente, cayendo desde el cielo y quedando atrapado finalmente en su propio idioma familiar. Blake Bailey, biógrafo de Cheever, lo describe perfectamente: “Expulsados de este paraíso [St. Botolphs] los hermanos Moses y Coverly se embarcan en una serie de aventuras por el confuso mundo moderno, sin que su creador se preocupe mucho por la lógica narrativa”. Pero es esta despreocupación lo que provoca que el lenguaje sea en Cheever de una intensidad apabullante. Y esta despreocupación narrativa afecta a sus propios personajes, convertidos en obsesiones que se deslizan a través de las páginas. Es el caso de Coverly y su necesidad de hacer algo inolvidable.  Ahora bien, sabe perfectamente que eso inolvidable sólo tiene hueco en el lenguaje. ¿Qué hacer? Leamos a Cheever: “La resolución de Coverly de hacer algo ilustre se concretó en un plan de diagnosticar el vocabulario de John Keats”. Aquí la palabra diagnóstico es engañosa. En realidad no se trata de hallar una patología detrás de la poesía de Keats y que delate alguna enfermedad desconocida del poeta. En realidad se trata de un diagnóstico acerca del propio lenguaje. ¿Qué pretendía Coverly? En realidad no se trataba de analizar el lenguaje de Keats palabra por palabra, no se trata de una descomposición en busca de símbolos. Lo que le propuso a Griza, un compañero de trabajo del que se siente cercano, era algo sutilmente diferente. Escribe Cheever: “Quería que Griza procesara el vocabulario de Keats en el ordenador. Griza no parecía decidido, pero invitó a Coverly a cenar en su casa una noche”.  Poco tiempo después les encontramos en la casa de Griza hablando sobre Keats y el proyecto, no sin antes dejar caer una de esas superficialidades de Cheever que condensan toda su capacidad narrativa: “Cenaron carne congelada, patatas fritas congeladas y guisantes congelados. Con los ojos vendados, uno no habría podido identificar los guisantes, y el único sabor que tenían las patatas era sabor a jabón”. Más tarde “bebieron un vaso de whisky con ginger ale y luego Coverly se fue a casa”.  Cheever describe a continuación la rutina que decidió tomar Coverly: “Coverly organizó su vida de acuerdo con un plan. Salía del centro de cálculo a las cinco, preparaba la cena, bañaba y acostaba a su hijo. Luego regresaba al centro con su ejemplar de Keats encuadernado en piel suave y se ponía a traducirlo, en una máquina de escribir eléctrica, a dígitos binarios. […] tardó tres semanas en pasarlo todo”.  ¿Y el diagnóstico del lenguaje de Keats? “Sus instrucciones, convertidas en dígitos binarios, pedían  a la máquina que contase el número de palabras en la poesía, y que contase el vocabulario e hiciese una lista de las palabras utilizadas  con mayor frecuencia por el orden de uso. Griza metió las instrucciones y la cinta en dos torres y luego tocó algunas teclas de la consola. […] Coverly sudaba por la excitación. […] Cuando la máquina se detuvo, Griza arrancó el papel y se lo pasó a Coverly. El número de palabras en la poesía de Keats ascendía a quince mil trescientas cincuenta y siete. El vocabulario era de ocho mil quinientas tres y las palabras por su orden eran. “El silencio armoniza la consciente caída del dolor / Los dorados reinos de la muerte lo abarcan todo / La amargura del amor excede a su gracia / Esa bestial cicatriz en el rostro angélico / Marca al cielo con hiel””. Y aquí se halla el descubrimiento de Coverly/Cheever: el lenguaje se produce a sí mismo, la poesía es una superficie de lenguajes, un mapa que se extiende y no un pozo que necesita descifrarse. “Pero te das cuentas, ¿no?, de que dentro de la poesía de Keats hay otro poesía”, dice Coverly, aunque en realidad no sea dentro sino junto a, en su extensión. La poesía no es un orden sino una elección de itinerarios, de superficies, una mancha de aceite que se extiende alrededor del propio lenguaje. Así, Cheever escribe: “era posible imaginar que existiera cierta armonía numérica subyacente a la composición del universo, pero que esta armonía abarcase a la poesía era una posibilidad asombrosa y entonces Coverly sintió que él era un ciudadano del mundo que emergía, Una parte del mismo. la vida estaba llena de novedad; ¡había algo nuevo en todos sitios!”. El lenguaje, su incansable novedad, su necesaria intensidad. El lenguaje de Keats como una máquina capaz de reproducir la novedad del lenguaje. La poesía de Keats como un eterno estado de búsqueda. Y la despreocupación por la lógica narrativa de Cheever como la posibilidad de un lenguaje y de una narración imprevisibles. Sin esa despreocupación no habría Cheever, pero tampoco poesía. [...]