lunes, 24 de mayo de 2010

NO ME MOLA TU TEATRILLO


Hace ya casi treinta años el filósofo Jean Francois Lyotard escribía lo siguiente: «el secreto de un éxito artístico, lo mismo que el de un éxito comercial, radica en una dosificación entre lo sorprendente y lo “bien conocido”, entre la información y el código. Tal es la innovación en las artes: se retoman fórmulas confirmadas por éxitos precedentes, se las desequilibra por medio de combinaciones con otras fórmulas en principio incompatibles y de amalgamas de citas, ornamentaciones, pastiches. [...] De tal modo, se cree expresar el espíritu del tiempo, cuando no se hace sino reflejar el del mercado. La sublimidad ya no está en el arte, sino en la especulación sobre el arte». Por su simplicidad esta afirmación no deja indiferente. Pero cuando Lyoatrd hablaba de innovación en las artes ¿a qué artes se refería? Evidentemente a las artes visuales y si tiramos y deformamos lo dicho, incluso a la novela. De este modo observamos que la poesía caía fuera de su territorio. ¿Poesía y mercado? Parece evidente que no concuerda. Pero no es tan sencillo. La poesía –la poesía española en concreto- parece no haber aprendido la lección, y lo refleja con un retraso sorprendente. ¿Cómo puede la poesía ser reflejo del mercado? Es sencillo, despojando a la poesía de su elemento fundamental: el lenguaje. La innovación no viene por el lado del lenguaje sino por el lado del soporte, y esto, evidentemente, tiene que ver con el aspecto mercantil del hecho poético. Ahora se habla de espectáculos poéticos, de spoken word, y ¿por qué? Porque el mercado no quiere poesía ni lenguaje poético. Un ejemplo: en Nueva York se empezó a utilizar la expresión spoken word debido al hecho del rechazo social, pero sobre todo mercantil, hacia la palabra poesía. Por lo tanto, sacar a la poesía de los libros, que es el modo en el que autores de muy escaso interés en el aspecto literario, en la escritura misma, se torna el objetivo para poder acceder al mercado. Muchos son los poetas y las poetas –o lo que sea- que parecen haber descubierto ayer el cabaret Voltaire, pero ignoran que, como dijo Breton, el dada acabó y que “hace ya mucho tiempo el riesgo está en otra parte y no en el griterío”. Pero claro, la cosa no es que imiten una especie de cabaret Voltaire sino que afirman que es necesario eliminar la opacidad de la poesía, sea eso lo que sea, y que el modo de hacer accesible la poesía al gran público es hacerla regresar a las jarchas y a los trovadores. Alucinante. E incluso se afirma que “vamos a sacar la poesía fuera de los libros para devolverla a la gente, que es a quien le pertenece”. ¿Es así? Pongamos un contraejemplo: imaginen que a un artista visual se le dice que para que su obra abandone la opacidad tiene que regresar a la pintura del siglo XVI. Evidentemente sería una locura. O que a un científico se le diga: mira, la mecánica cuántica, la teoría de cuerdas y demás es muy complicado, ¿por qué no pasamos de todo y regresamos a cuando todo era más simple?

En fin, en estos espectáculos poéticos, como en una perfecta táctica de distracción, se tiende a incidir más en el soporte que en el lenguaje. Parece que poco importan lo que digan sino a través de lo que lo dicen. Así podemos observar verdaderas atrocidades pasadas de moda, verdaderas ridiculeces cursis que, filtradas a través de una pantalla, gritadas a pleno pulmón, u ocultas bajo una guitarra eléctrica, disimulan su escaso interés literario. Holopoesía, perfopoesía, polipoesía, micropoesía, no son más que fórmulas de sometimiento al mercado desde la idea -vaga y ridícula- de querer reflejar lo contrario. El peso cae en el prefijo y es entonces cuando estamos perdidos. Creen reflejar el espíritu del tiempo pero en realidad reflejan el espíritu del mercado.

16 comentarios:

Nacho Escuín dijo...

Alberto, suscribo esta reflexión al cien por cien. Bravo.

Alberto Santamaría dijo...

me alegra que estemos de acuerdo, la cosa empieza a ser cansina...
abrazos

Adolfo González dijo...

A mí tampoco me gustan nada esos espectáculos que se venden con tantos prefijos a la palabra poesía -tan prostituida- como acercamiento de ella a la gente en la calle.

Ni siquiera me suelen gustar los recitales, donde el poeta, para conseguir que me gane por completo su atención, debe leer o recitar bien, además de ser bueno lo que haya escrito. No por especial exigencia mía -que también hay algo de eso- sino porque soy bastante disperso y porque creo que no hay cabeza humana que aguante 100% concentrado un recital. Además, lo que abundan son los poetas malos que no saben recitar. Malos, sí, pero con pretensiones de posteridad y con complejo de genios.

Pienso que la transmisión de la poesía escrita se da más en la lectura solitaria ante el poema que en un acto de comunicación como el de un recital. Es otra experiencia totalmente distinta.

Otra cantar es la poesía llevada a la canción, la poesía que emparenta más con la música y lo popular que con la caca de la literatura. De eso, de la poesía hermanada a la música, sí soy completamente partidario, porque eso sí llega a la gente sin pretensión de venderse como una forma innovadora de poesía, cuando no deja de serlo. Hay pocos poetas con guitarra, pero los hay.

Por otra parte, si se vive verdaderamente la poesía, no hace falta ir a ver ninguna espectáculo de esos. O eso creo yo, que también he visto unos cuantos.

Qué comentario más largo acabo de hacer. Bueno, podría seguir, porque el tema es muy tentador. Gracias por abrir la veda y por ser sincero, con lo peligroso que es eso:)

Íñigo San Sebastián dijo...

Quizá el mercado sea el "Zeitgeist" que nos toca, pero aunque así fuera, plegarnos ante ello no debería ser la actitud del esfuerzo creativo.
No podría estar más de acuerdo.

Lectorcillo dijo...

Suena un poco hiperbólico o incluso apocalíptico asociar la perfopoesía y la escenificación de poesía a algo tan siniestro como un interés comercial o de acceso al mercado (por otro lado, no entiendo qué es eso de "acceso al mercado": todo, en principio, está en el mercado, no hay un "afuera", todo está dentro o no existe). Que el discurso para justificar tales performances y chácharas sea el de "devolver" la poesía al pueblo, a la voz natural, etcétera, puede ser ingenuo, pues sí, pues vale, pero no creo que sea algo tan organizado como una estrategia comercial. Basta con ir a un par de performances para darse cuenta de que se trata de poco más que de un grupo de colegas que se toman unas cervezas y hacen el paripé. Si hay poesía o no, es igual, lo pasan bien y pocos manifiestos que allí se formulen levantan algún interés fuera de allí.

Se echa en falta en el artículo, por ejemplo -no sé- la ampliación de la mirada sobre el acceso al mercado: qué parte toman los concursos y certámenes de poesía, las becas de creación, las subvenciones a editoriales y revistas, en fin, lo que SÍ reporta dinero, en el "acceso al mercado" de la poesía, y de los poetas. Siempre es complicado hablar de todo esto.

Adolfo González dijo...

Lectorcillo: si lo que hacéis es comedia o paripé y hacéis gracia haciéndolo bien (es decir, sin creeros graciosos) soy el primero en aplaudir. Si se trata de hacer reír a la gente, de hermanar el humor cómico al lenguaje, o a la "acción poética", a mí me parece cojonudo, pues si algo me gusta de verdad es el cachondeo.
Ahora bien, para lo que se intenta con pretensiones de profundidad y se queda en la superficie, no tengo más que un no.

Alberto Santamaría dijo...

Lectorcillo, mi texto no va contra la actividad lúdica de pasarlo bien en un bar, no, sino al intento de transformar determinadas formas de acción en "salvadoras" de la poesía cuando en realidad están sometidas a las lógicas del mercado. Por ejemplo: festivales de "espectáculo poético" -salvadores de la poesía- que son sufragados por grandes instituciones que lo que desean es la expulsión del poema como tal en favor de "ese espectáculo". Ya sé que suena muy conservardora mi posición, pero creo que sería necesario deslindar territorios. Como bien dices, siempre es complicado hablar de todo esto, pero la poesía y el dinero también van de la mano. Y sí, el tema del acceso al mercado editorial sería otro tema a tratar, pero bien diferente al del espectáculo poético. Con lo que cuesta un festival polipoético se podrían publicar cerca de treinta o cuarenta libros de poesía joven, por ejemplo.

s dijo...

Gracias por esta entrada, por lo refrescante y como recordatorio.

También me quedo con esto que ha dicho Adolfo González, con lo que estoy totalmente de acuerdo: "Pienso que la transmisión de la poesía escrita se da más en la lectura solitaria ante el poema que en un acto de comunicación como el de un recital. Es otra experiencia totalmente distinta."

Saludos

Lectorcillo dijo...

Adolfo, no sé a qué viene tu dedo acusador, refiriéndote a la segunda persona del plural: que exprese mis objeciones acerca de lo que es o no mercado y lo que es o no poesía, no es una toma de posición absoluta al respecto. Particularmente, a mí la perfopoesía, ni fú ni fá: soy más de leer.

También es cierto que Alberto en el artículo se guarda, muy astutamente, de dar nombres, como salvando la bala en la recámara: ¿quién ha dicho eso “vamos a sacar la poesía fuera de los libros para devolverla a la gente, que es a quien le pertenece” y dónde? ¿Qué festivales? Entre el abanico que va desde, por ejemplo, el que regurgita cuatro versos entre cervezas y eructos y Cosmopoética (toda una institución al servicio de la capitalidad cultural de Córdoba, con mucha pasta por detrás), hay un salto. Hay un salto porque quien está detrás del bareto y quien está detrás de Cosmopoética son personas muy distintas, en posiciones muy desiguales dentro del panorama poético español. Del tipo que te permiten llevarte un premio en Visor o un premio en una editorial minoritaria de provincias.

Ahora sí: no resulta conservadora tu posición, resulta honesta o, mejor, consecuente. Y por tanto, tiene que se autocensurada: no es plan de hacerse enemigos cuando la poesía que ofreces tiene el reconocimiento crítico que merece, es decir, muy bueno. Pero a veces, la evidencia pica. Y pica mucho.

camaradeniebla dijo...

La conversión y aceptación del PENSAMIENTO como OCIO.
Pobres teatreros, digo, los que hacen drama y no espectáculo.
Besotes, alberto.

Alberto Santamaría dijo...

No tengo problema en decirte nombres. Aunque con que escribas en google perfopoesía, o peor, con que escribas en youtube perfopoesía te vale. El grado de vergüenza ajena es importante. La frase que entrecomillé es de Ajo Mircopoesía, ¿dónde? Aquí, por ejemplo: http://www.eldiariomontanes.es/agencias/20100520/mas-actualidad/cultura/santander-2016-sacara-poesia-calle_201005201454.html

Ana, por eso escribo teatrillo... besos

Anónimo dijo...

me parece interesantísimo el artículo... pero...¿es una opción el malestar o la resistencia? Sería interesante dejar que las cosas caigan por su propio peso...quizás la crítica más interesante en la actualidad sea la "educación de mercado", un mercado levantado sobre palillos, la paciencia... El que todo el mundo sepa acceder al mercado, hacer teatro (cosa que poco a poco sucede, y de eso me alegro) ¿Qué sucedería si se demostrase que el arte es sólo producto en el mercado (cosa que no soy tan tonto para creer)? ¿Perdería así su razón de ser? Diríamos, mira ese tipo, se gasta el dinero en algo que no sirve ni para masajearse los pies ni para depilarse la espalda ¿cómo es el mercado del arte en sus últimas consecuencias? Quizás se niegue así mismo o quizás no, en cualquier caso ni la poesía ni el arte en general necesitaría de los procesos del mercado para subsistir ¿o sí? ¿es necesario que miles de personan lean un libro o que miles asistan a un espectáculo? Despùés de tanto tiempo, y aunque parezca más sencillo de lo que en realidad es, el secreto sigue estando en "la masa". Mejor sería cuanto antes acabar con el arte, en general, no aporta nada. Y seguro que después ese apocalipsis, subsistiría otra vez el arte paradójicamente. Pero un arte desconocido, que no llega a nadie, y que tampoco se "transforma" en nadie.

Saludos y perdón por extenderme demasiado.

Hautor dijo...

Estoy con Nacho. Apruebo y suscribo cuanto dices, Alberto. He asistido a espectáculos bochornosos de los que es mejor no hablar. No obstante, creo que hay y puede haber propuestas de calidad que aúnen lo visual o lo musical y la palabra poética y cuyo resultado siga siendo poesía, sin necesidad de ponerle ningún prefijo.

Un saludo.

Adolfo González dijo...

¿Mi dedo acusador? ¡Ay!

Sólo me dirigí a ti, lectorcillo, con un afán conversador, sin ansia de acusarte de nada y sin gana de meterte en ningún saco. Lo hice en segunda persona del plural, pero no porque yo creyese que hagas una cosa u otra -que me da igual- sino porque la segunda persona se utiliza en el habla cotidiana sin haber un "tú" o un "vosotros" real, sino un "ellos", una tercera persona que a veces pasa a ser un tú o un vosotros al hablar. No obstante, descuido mío no tener en cuenta que esto es por escrito y haber escrito "si lo que hacéis es comedia o paripé" en lugar de "si lo que se hace es comedia o paripé".

Por otra parte, yo no vi ninguno de los espectáculos que aquí se nombran, sino de gente que andan por la calle casi como perros vagabundos. Y no les faltaba ingenio, no.

Además, no me entero de eso que se llama el "panorama poético" ni de quién está detrás de cada sitio. Y la verdad es que tampoco me interesa enterarme, porque me aburren un montón estas cosas. Lo único que sé es que lo que yo he conseguido ha sido con esfuerzo y sin arrodillarme ni cortarme la lengua. Sin ir más lejos, el próximo libro me lo va a publicar una editorial de pegada que tiene casi más años que yo, editorial a la que me dirigí sin conocer al editor, dándole la dirección de mi blog y contándole todo lo que hice vendiendo mis libros por la calle, así que, después de tanto sufrir, por fin van a distribuirme un libro, el próximo, por las librerías.

Anónimo dijo...

lo de andar como perros por las calles...mmmm eso que es...¿el artista del hambre?

carmen beltrán falces dijo...

algo raro pasa cuando la poesía en sí misma (en papel, en pantalla o en la voz del autor) parece poco o insuficiente

gran texto alberto

un abrazo