martes, 30 de septiembre de 2008

WILLIAM CARLOS WILLIAMS

EL DESCENSO

El descenso nos llama
como nos llamó el ascenso.
La memoria es una especie
de consumación,
de renacimiento
incluso
un comienzo, pues los espacios que abre son lugares nuevos habitados por multitudes hasta ahora
impensadas,
nuevas especies
cuyos movimientos
se dirigen hacia nuevos objetivos
(antes incluso de que fueran abandonados).

Ninguna derrota está hecha totalmente de derrota,
pues el mundo que abre es siempre un lugar
antes
insospechado. Un
mundo perdido,
un mundo insospechado,
que llama a nuevos lugares
y no hay blancura (perdida) tan blanca como la memoria
de lo blanco.

Con la tarde, el amor despierta
aunque sus sombras
vivas aún
por la luz del sol
crecen soñolientas y se desprenden
del deseo

El amor ya sin sombras se agita
comienza a despertar
mientras la noche
avanza.

El descenso
hecho de desesperanzas
y sin consumación
nos revela un nuevo despertar:
que es el otro lado
de la desesperación.
Por lo que no pudimos llegar a consumar, por aquello
negado al amor,
por lo que perdimos en la expectativa
el descenso continúa
sin fin e indestructible.

("The descent" incluido en The desert music and other poems, 1954)

lunes, 15 de septiembre de 2008

VINOSAURIOS



Me gusta beber cerveza. Sobre todo el primer trago. Qué bien me sabe, pienso. Alguien dijo que disfrutar de la cerveza implica tener la conciencia tranquila. No sé si es mi caso, pero disfruto enormemente de la cerveza y la disfruto aún más si tengo a mi lado a mi compañía femenina favorita. Esta vez estaba sólo, bueno, en realidad esperando que es otra forma de estar solo. Fue ahí cuando se sentó a mi lado un peculiar vinosaurio, como los llama un conocido poeta. Los vinosaurios son aquellos tipos que llevan escrito en su piel morena y cuarteada la señal de la derrota. Con sus andares lentos y torpes, con su ropa que les viene siempre grande, no porque la hayan heredado sino porque más bien ellos han encogido. Se sienta. Está ocupado amigo, le digo, pero le da igual. Me mira y pide un vino. Huele a calle, a lomo de perro mojado. Me pide un cigarro. No fumo. Deberías fumar, dice. Su aliento es de un espesor gaseoso poco definible. Es ahí cuando meto la pata. Digo no-sé-qué y entonces el vinosaurio se acerca y me cuenta su vida. Pide vino y bebe un vaso detrás de otro. Que estará una semana más por aquí porque ya no aguanta [vino 2]. Que recuperará el tiempo perdido [vino 3]. Que estará ahí sólo hasta cierto punto [vino 4]. Que la vida es como un teatro [vino 5]. No, mejor que la vida es como una fresadora, que hay que darle forma, ranura a ranura, para que tenga alguna utilidad [vino 6], que luego el bar es como una fresadora, y luego el amor es como una fresadora [vino 7], que el fútbol es como una inmensa fresadora [vino 8]. Que qué me parece este agujero sin clase [vino 9]. Que odia a su mujer [pausa]. Que odia a su hija [pausa]. Que necesita estar aquí estos días y sacarle a la gorda [su mujer] toda la pasta que pueda [vino 9 y 10]. Brindamos. Durante años había sido fresador, claro, hasta que lo despidieron. Le quedaba poco tiempo de vida y eso le había convertido en un jodido indeseable. Los humos, los líquidos de la fábrica donde había trabajado le habían convertido el páncreas en un zumo gris y peligroso. Sale dando tumbos hacia la luz del día que lo ciega como a un espeleólogo inexperto. Está claro que me toca pagar a mí. Aparece al fin mi compañía femenina favorita. Me mira sorprendida. Qué bien me sabe la cerveza cuando estoy contigo, pienso.

(Publicado en El Mundo, Ed. Cantabria)