jueves, 29 de mayo de 2008

AUTOBOMBO, UNA NUEVA CRIATURA


MUERTES ESTÚPIDAS

La muerte me agobia. O mejor, la idea de la muerte. O bueno, no exactamente la idea de mi muerte. O sí. O tal vez me agobia el hecho de que llegue mi muerte y vosotros viváis. O que me sobrevivan mis cosas con lo simples e idiotas que son: un boli, una lata de albóndigas, esta piedra... La cosa es que lleva un tiempo rondando en mi cabeza esta siniestra idea. Quizá tenga que ver el hecho de que tras firmar un documento legal haya descubierto que valgo más muerto que vivo. En fin… La cosa es que acudí entonces a Internet en busca de consuelo y bueno, al final, ya sabéis, lo de siempre. Eros y thanatos acaban unidos. Me pasé el tiempo visitando webs porno para comprobar si entre todas esos amateurs encontraba a algún conocido. Un amigo me cuenta que en una de esas páginas se encontró de golpe con su novia practicando salvajemente una felación de 8,40 minutos, tiempo que tardó el susodicho amigo, cuyo nombre guardo celosamente, en darse cuenta de que el miembro protagonista de la acción era el suyo y que su novia se dedicaba a grabarlo. ¿Y la muerte? Ah, comenzaba ya a olvidarme de ella.
En fin, la cosa es que tratando de hallar respuestas en Internet sobre la muerte encontré lo que de alguna manera acabó por consolarme. ¿Y si la muerte encierra un premio? No, no hablo de nada religioso. Me refiero a que la muerte, el acto de morir, se convierta en objeto de preciado galardón. Existe un trofeo llamado Darwin cuyo objeto es premiar a la muerte más estúpida del año. Sí, es cierto, que no nos engañen. La muerte nunca es digna, jamás, lo que es, fundamentalmente, es una putada, pero no existe la muerte digna o indigna, existe la muerte a secas con su simbología diversa y la muerte estúpida. Nada más. Una u otra. Entre los ganadores de este premio Darwin encontramos el caso de aquel que murió atropellado por la ambulancia que venía a rescatarlo, o quien fue atropellado por su propia moto, o el conocido caso de un militar que puso un reactor de avión a su humilde coche lo que provocó que en unos segundos se pusiera a más de 450 km/h. Apenas encontraron restos del hombre. Hay otras muertes ridículas como la de Tennessee Williams, muerto en 1983 al tragarse el tapón de un tubo de medicamentos que intentaba abrir. Ya saben. Mueran con estilo. O no.
pd.: visiten www.darwinawards.com

(publicado el día 29 de mayo de 2008, en El mundo ed. Cantabria)

miércoles, 21 de mayo de 2008

A BULWER-LYTTON

Cervantes lo sabía, Musil lo clavaba, García Márquez lo perfecciona, y mucho antes que ellos Homero pedía ayuda a la musas. Enganchar al lector desde la primera línea es un arte elevado, difícil, complejo y desquiciante para el escritor. Si no que se lo digan a Edward George Bulwer-Lytton que da nombre a un dudoso galardón que convoca la Universidad de San José, California, cuyo objetivo no es otro que premiar a los peores inicios de novela del año. No se trata de premiar al mejor sino al peor. Bulwer-Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya, pasó a la historia por escribir, según dicen, el peor inicio posible en su novela Paul Clifford: “Era una noche oscura y tormentosa…”. Desde hace ya varios años se lleva celebrando este premio con amplio éxito en sus dos modalidades: Bulwer-Lytton, para inicios extensos y farragosos cuyo último ganador fue Jim Guigli por: “El detective Bart Lasiter se encontraba en su oficina analizando la luz que entraba por una ventana, cayendo sobre su superburrito, cuando se abrió la puerta y apareció una mujer cuyo cuerpo decía “te has comido tu último burrito por ahora” cuyo rostro decía “los ángeles sí existen”, y cuyos ojos decían que ella podía hacerte cavar tu propia tumba y lamer la pala hasta dejarla limpia”, y el Lytton-Lytton, para comienzos terribles en pocas palabras: “El Dr. Metzger se dio la vuelta para recibir a su nuevo paciente, totalmente ignorante de que pronto se convertiría en miembro de una secreta hermandad tan antigua como la urología misma”. Ahora recuerdo el que nos describe Will Ferguson en su maravillosa novela Happiness: “Ella no dijo nada. Se limitó a morderse el labio inferior y lamerse el superior”, con lo que imagino que cientos de lectores, quizá como usted o como yo, estemos tratando de retorcer nuestra boca intentando realizar dicha proeza. En fin, piénsenlo antes de ponerse a escribir.

(publicado en El mundo ed. Cantabria)

TITUL/ARTE



Entrar en una galería debe ser algo similar a entrar en el interior de una ballena. Da cierto escalofrío su silencio, sus espinas, sus aletas y recovecos. Hay en el aire una sensación tirante de búsqueda. Desde lo alto parecemos alocadas fichas de parchís o fibrosas medusas arrastras por alguna corriente. Caminamos. En ocasiones nos acercamos más y observamos una obra que nos apasiona, que nos saca de la modorra del arte. Dos pasos más tarde observamos sus características, su fecha de composición, su título, todo aquello registrado en una pequeña tarjetita blanca.
Sin embargo ocurre que en ocasiones nos sentimos expulsados de la obra y no por culpa del tema o de la obra en sí. Ocurre que en ocasiones dentro de esa ballena tienden algunos artistas a titular sus obras con un gesto tan irritante como el de Sin título. ¿Por qué? ¿Cuál es el objetivo? No se exige al sujeto que sea ingenioso ni retorcido, simplemente que nos dé alguna indicación o deseo. Podemos ponernos ante un bodegón o ante el retrato deconstruido de la novia del artista o ante la sutil imaginación libidinosa de un artista de cuarta o ante una maravilla abstracta donde un línea cruza una tela roja de siete metros, y encontrarnos en todos estos casos, como una especie de hilo que une tendencias y soportes, el enigmático Sin título, como si en ello cupiera cualquier cosa. Imaginen a un novelista que a cada novela le pusiera como título el tono inquietante e irritante de Sin título. Curiosamente descubro un cuento de Rodrigo Fresán en La velocidad de las cosas en el que escribe: “A veces, leemos un todavía más soberbio Sin título nº47 o Sin título nº62 como si la abstracción de lo que no tiene nombre pudiera ser comprendido con la ayuda de lo matemático. Es entonces cuando nos sentimos estafados”. Y puede ocurrir que la obra nos fascine y sin embargo cuando leemos su no-título nos embargue una cierta sensación de “parecía todo tan maravilloso que no podía ser cierto”. Alguien puede pensar: “no, hombre, es para que el espectador dé el título, para que cierre la obra desde su perspectiva, para que forme parte de la obra”. Pero esa estupidez es difícil que nos deje contentos. No es un consuelo. Se trata, en fin, de la propia inclinación del artista a despreciar la compleja batalla de titular una obra.

(publicado el día 21 de mayo de 2008, en El mundo ed. Cantabria)

martes, 20 de mayo de 2008

EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JECKILL Y MR. GERARDO DIEGO

Pensar en Gerardo Diego me lleva irremediablemente a pensar en el extraño caso del Dr. Jeckill y Mr. Hyde. Soy extremadamente fan de este libro de Robert Louis Stevenson, como lo soy de la parte Hyde de nuestro poeta. Haciendo una mala lectura de libro, o extendiendo sus recursos, concebimos a Jeckill como la parte racional –en el peor sentido de la palabra- y a Hyde como la parte intuitiva, que bordea lo irracional. El libro describe con genial sutileza cómo el mismo personaje, a partir de ese descubrimiento lisérgico y narcótico, sufre continuas variaciones en su personalidad. Oscilaciones que le llevan a dudar de sí mismo y de aquello que le rodea. Oscilaciones entre la vida razonada, cuadriculada, tradicionalista, sometida a la disciplina y la vida sin freno, pujante, irracional. Escribía Stevenson: “La droga no tenía acción discriminatoria; no era ni diabólica ni divina; se limitó a derribar las puertas de la cárcel de mi constitución; y, como sucedió con los cautivos de Philippi, lo que estaba dentro salió fuera”.
La parte de Hyde de Gerardo Diego salió o abrió la puerta en no demasiadas ocasiones, pero cuando lo hizo pudimos ver quizá a uno de los mejores poetas del siglo pasado. A un poeta de intuición finísima, poco común, y con una carga o imaginería poéticas de una gran altura. Pero en la mayoría de las ocasiones le vencía el Dr. Jeckill y entonces nos encontramos con una rancia, grotesca y poco atractiva poesía de circunstancias. El Dr. Jeckill quizá brotaba o aparecía por alguna necesidad extraliteraria que desconozco o no alcanzo a conocer, pero me entristece. Como simple lector me desconsuela. Fue Jeckill porque quiso al igual que fue Hyde porque lo necesitaba, pero la parte que hoy no deja de sorprender es la parte Hyde, evidentemente. La reciente publicación del libro (o destripamiento filológico) de José Luis Bernal dedicado a Manual de espumas, nos lleva de nuevo a la lectura de este enorme libro del poeta. Es Manual de espumas un libro de su parte Hyde, es decir, de la interesante. Es un libro de poemas de raigambre vanguardista, creacionista, donde las imágenes transitan sobre las palabras con una fuerza sobrecogedora, donde el sometimiento a lo formal se deja de lado. La palabra, la imagen múltiple, es la protagonista. Un poema elegido al azar: “Novela”. Allí hallamos: “La verja del jardín se ha cruzado de brazos / El viento ladra entre los troncos / El auto que pasaba se llevó los sollozos / y apaciguó el estanque […] La ciudad duerme en el sitio de costumbre / Y en el lugar del suceso / el farol asustado contempla al árbol preso”. Manual de espumas, dedicado al gran y malogrado José de Ciria y Escalante, fue publicado en 1924, pero su parte Hyde ya había dado sus frutos anteriormente. Un ejemplo lo hallamos en el libro Imagen publicado en 1922 y dedicado a otro grande, Juan Larrea. En un poema como “Gesta” nos encontramos imágenes magistrales, de ese grandísimo poeta que fue Gerardo Diego: “Por vez primera entre la lluvia muerta / cantaban los tranvías zozobrantes” o “En la ciudad dormida / salían retozando de la escuela / los signos ortográficos” o “la novia que espera se ha amputado las alas” o “De tienda a tienda / el oasis cuelga sus hamacas” o “El tiempo sabe a cloroformo”. Si desde nuestra perspectiva actual lo comparamos con poemas como “Torerillo en Triana” donde escribe “Torerillo en Triana / frente a Sevilla. / Cántale a la Sultana / tu seguidilla” o poemas de libros como Alondra de verdad o Ángeles de Compostela o Soria o La suerte o la muerte o incluso algunos de Santander, mi cuna, mi palabra, la distancia es evidente. Se trata de libros de indudable calidad y maestría, pero que hoy nos resultan fríos e incluso, por qué no decirlo, excesivamente kitsch, en algunos casos. No deja de ser, sin duda, uno de los grandes poetas en lengua española. Sin embargo nos resulta hoy maravillosamente atractiva la parte que hemos llamado Hyde de Gerardo Diego. Musical y rompedora, imaginativa y moderna. Esta parte de Gerardo Diego, atractiva e hipnótica, aparece sólo en cierta medida en Versos humanos o en la Fábula de Equis y Zeda. Y vuelve a irrumpir de un modo alucinante y pleno de potencia poética-imagínistica en Biografía incompleta, quizá uno de sus mejores libros. En estos poemas se alía la madurez de un gran poeta con la fuerza de un verdadero escritor vanguardista.
Es Mr. Hyde, perdón, Gerardo Diego, un poeta de variables movimientos tectónicos dentro de su obra. Y sin duda esta otra parte de su poesía, esta parte que invita a que cada lector se cree su propio y parcial Mr. Hyde/ Gerardo Diego, es la que puede estar o la que ya está en la poesía actual.
Qué fantástico, por otra parte, el consejo que le lanzó Jorge Guillén y que entronca con lo que hemos comentado; un consejo a tener en cuenta: “¡Cuidado con el montañesismo!”

(Publicado el día 16 de mayo en El diario montañés)

HOBBYRELIGIÓN

Por definición un hobby es una actividad o interés ejercido fuera de la ocupación regular de una persona y llevada a cabo, en primera instancia, por proporcionar placer. Según esta definición entre los miles de hobbys que hay, desde el bricolaje hasta el ping-pong, hallamos el curioso hobby de la religión. Sí, no me cabe duda, a día de hoy la creencia en un dios todopoderoso (u omnívoro) no es más que un ejercicio fuera de la ocupación normal del sujeto y cuyo objetivo es el placer, o el supuesto placer, en la otra vida a partir del temor y el sufrimiento en ésta. Es curioso, estos días leo asombrado, bueno, en realidad indignado, bueno en realidad no encuentro la palabra, que se está pensando en suprimir una hora de Historia y de Tutoría en primero de Bachillerato para introducir una asignatura de Ciencias para el mundo contemporáneo, o algo así, creo. Hasta ahí bueno… Lo curioso e irritante es que se siga manteniendo en horario matutino y sin retoques la asignatura de Religión, en lugar de pasarlo a horario vespertino o directamente a la parroquia o donde suelan ejercitar su hobby. Lo triste es que mantener este hobby implique suprimir una hora de Historia. Parece que el mismo tema vuelva una y otra vez.
A mí me gusta el ping-pong, cuyos principios morales y éticos son igualables sin duda a cualquier hobbyreligión. Es mi hobby y como la religión tiene sus dogmas y reglas. Si juegas al ping-pong o a la religión aceptas sus reglas plenamente, si no aceptas estás fuera, condenado. Tienen, tanto el uno como el otro, al igual que todo hobby sus ritos y ceremonias. Tienen el ping-pong y la religión su boato y su estética celebrativa, su historia cruenta y un tanto vergonzosa. Tiene el ping-pong millones de seguidores, es el deporte con más federados del mundo, y tiene su representación terrestre, Wang Hao, campeón del mundo, equiparable en todos los sentidos a Benedicto, aunque posiblemente más guapo que él.
En fin, cree en Dios, juega al ping-pong, haz macramé, invéntate lenguas regionales, identifícate con banderas, lo que quieras, pero date cuenta de que es un hobby, un pasatiempo. Que la cultura, el pensamiento, la formación intelectual van por otro lado. No sé si al final prosperará la idea de suprimir la Historia. Yo seguiré jugando al ping-pong y adorando por siempre a Wang Hao.

(publicado el día 8 de mayo de 2008, en El mundo ed. Cantabria)

HORMIGA MENENDEZ PELAYO

Ser anti es una forma defectuosa de ser. Este consejo de Ortega suelo seguirlo a rajatabla. Así que no diré que soy antimenendezpelayista, porque no sería verdad, sino alguien que considera al insigne montañés una coqueta hormiga. Hay en el mundo literario y académico fundamentalmente dos clases de insectos: las hormigas culonas que recolectan y ordenan, que recogen y amasan, que acumulan datos sin freno, y hay arañas que con un menor grado de recolección y conocimientos saben tejer y atraer el mundo hacia ellas. M. P. era una hormiga. Y qué hormiga. Ante esa hormiga uno se ha de quitar el sombrero. Sabía recolectar como nadie lo ha hecho hasta ahora, sabía ordenar como ningún otro especialista ha hecho, era un profundo conocedor de la tradición PATRIA (pronúnciese con fuerza) y de parte de la foránea. Ordenaba. Documentaba. Ofrecía datos inverosímiles para la época. Indexaba lo indexable, hubiese catalogado la arena si ésta hubiese escrito algo, lo que sea. Era capaz de conocer la cita más remota, el nombre más perdido. Coño, era el google de la época. Nada se le escapaba. Quizá dentro de cien años, en la puerta de la Biblioteca Nacional, junto al insigne MONTAÑÉS hallemos el logo del famoso buscador. Qué imagen tan hermosa. Todas las épocas han necesitado su google, su buscador, su hormiga laboriosa pero nada dotada para la creación, para las relaciones insospechadas, para la invención, para el misterio.
Parece que a M.P. sólo una cosa le fallaba: no saber ser una araña. Es decir ser incapaz de mirar más allá de sus gafas a la hora de abordar las relaciones de la literatura, a la hora de crear o establecer posibilidades. En ocasiones se liaba la manta a la cabeza (la imagen de M.P. con turbante no deja de ser curiosa), y decía perlas como que la poesía anglosajona de Wordsworth o Coleridge era poesía menor y que jamás perduraría en el tiempo. Pobre M.P. si levantase la cabeza y viese que ese poeta de los estúpidos y de los mendigos como llamaba a Wordsworth (M.P. era muy respetuoso con lo que no le gustaba) es considerado el gran poeta inglés de todos los tiempos.
Digo todo esto sobre nuestro insigne google montañés (cuya moral era el menor de sus defectos) porque leo estos días al grandísimo Wordsworth y sonrío al pensar en nuestra particular hormiga culona M.P.

(publicado el día 4 de mayo de 2008, en El mundo ed. Cantabria)